Cancionero de rivera
Cantante y compositora uruguaya, a fuerza de canciones que no se dejan encasillar en un estilo, se instaló como una nueva voz latinoamericana. Con dos discos en su haber y otro en camino, Ana Prada le pone letra y música a las vivencias rioplatenses.
Ana Prada es sencilla y profunda. Suelta lo que tiene que decir, juega con las palabras, extiende las respuestas y cuenta con entusiasmo sobre su música, su pasado y presente. El río la atraviesa de punta a punta y emerge en sus canciones con una fuerza y armonía que hacen de su música una hermosa revelación del folklore; o de otro tipo de música… Una distinción que no pretende conceptualizar mientras disfruta de los halagos, de conocidos y ajenos.
“No sé qué música hago. Hubo un periodista en Uruguay que me honró mucho cuando dijo, en la reseña sobre mi segundo disco “Soy Pecadora”, que había un Anapradismo en el aire… Me gustó, porque la música que hago no sé que es: ¿Versión femenina de Jorge Drexler? Hay algo así, pero lo mío es más folklórico”, describe.
Nacida y criada en Paysandú, madurada en Montevideo, donde fue a vivir para estudiar en la Universidad a los 18 años, a Ana la música le salió al cruce: prima de los hermanos Daniel y Jorge Drexler, los veranos familiares en La Paloma eran una caravana de instrumentos musicales. En alguna de esas temporadas junto al mar, formó con Daniel el grupo “La Caldera”, con el que recorrieron la costa uruguaya. “Era muy divertido y nos permitía pagarnos el veraneo extra cuando nuestros padres se volvían”, cuenta.
Durante su época de estudiante universitaria se la pasaba entre notas musicales y apuntes de Psicología: tocaba en bares para llegar a fin de mes debido a una inexperta autoadministración de fondos familiares, daba clases de canto y cantaba con el cuarteto “La otra”. “Me fui a Montevideo en una época muy fermental de la música, de resurgir de la canción de autor. En esos años conocí a Fernando Cabrera, Julio César Castro…. artistas medio filósofos que pululaban por la ciudad y terminábamos en algún bar a las cinco de la mañana, conversando. Una época muy nocturna pero muy interesante en formación de cabeza, ideología y espíritu”, recuerda.
Junto al cuarteto “La otra” trabajó con Rubén Rada y otros reconocidos artistas uruguayos. En medio de esa efervescencia comenzó, en la más absoluta discreción, su camino como compositora. Carlos Casacuberta, músico y productor de Uruguay, la incitó un día al hábito de exigirse inspiración: comenzaron a trabajar juntos y le pedía una canción nueva cada semana, porque estaba convencido que Ana podía sacar un disco de temas propios y no de versiones, como ella planeaba, en algún lugar de su cabeza.
“Carlos quería investigar por el lado de mis canciones. Todos los viernes iba a su casa y tenía que llevar alguna. Mientras tanto, seguía mi vida con el cuarteto, las clases de canto… Me acuerdo que llegaba la madrugada del jueves y yo no había terminado la canción, me parecía que me las iba a bochar a todas… Hasta que un día me dijo que ya podía sacar el disco”, relata.
En esa búsqueda compositiva interior Ana descubrió sus influencias: las canciones le salían con gusto a folklore argentino y del litoral con reminiscencias de Paysandú: el campo de su infancia se le volvió musical. Esa matriz se mezcló con la música urbana de Montevideo y parió su propio estilo, que quedó plasmado en su primer disco “Soy Sola”, editado 2006. Ese paso significó colgar el título de Psicóloga y docente por ahí, y ser música full time. “Empecé a componer de grande, la vida me fue poniendo por delante los caminos que después tomé definitivamente. No fue fácil decidir vivir de mi música pero “Soy Sola” fue muy bien recibido y me abrió muchas puertas”, dice.
Ana se define como una mujer de casi 40 años que escribe sobre la vida, sentimientos y cosas que ha visto o vivido en ese recorrido. En pleno proceso de creación de su tercer disco, espera bajarse de los escenarios un rato para reencontrarse con esos múltiples ‘yo’ que se hacen dulces canciones. “Necesito leer, meterme con la poesía, investigar para poder conectar con determinadas cosas. No quiero hacer 70 canciones horribles. Para mí, cada canción tiene que ser la canción”, reconoce.
Mientras tanto, deja un puñado de temas adorables, esos que el público ya corea en sus presentaciones o que grandes de la música como Teresa Parodi o Liliana Herrero le piden interpretar. Mientras tanto, Ana las sigue cantando con la misma emoción que cuando las escribió.
Fuente: Entrevista realizada por Revista Matices.
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